miércoles, 14 de junio de 2017

Un leopardo en mi sofá

Años de lecturas, que desde los cómics de la infancia y el romanticismo de las novelas juveniles hasta la densidad de los sesudos ensayos de afamados periodistas han ido dejando finas capas de posos, sedimentos tan apretados y densos que hacen difícil diferenciar la realidad de la ficción, lo leído de lo soñado...


Años soñando con un destino maravilloso, deseado y sobado en la imaginación desde tan antiguo que prácticamente se ha borrado la tinta de esas ya lejanas primeras páginas de la agenda donde se van anotando los viajes pendientes; uno de esos destinos siempre imposibles aunque sólo sea porque nunca hemos pensado que de verdad existen y que quedan supeditados a tantos condicionantes improbables que cuando de pronto los ves delante, así, sin previo aviso, te asustan y paralizan talmente como si te topases a un leopardo durmiendo la siesta en el sofá de tu salón...  el monstruoso día a día hace que de pronto te encuentres en paños menores (así, a pelo, sin navaja suiza ni támpax de repuesto) ante uno de tus grandes sueños que nunca iba a ocurrir... 

En fin, disquisiciones filosóficas aparte, que ya habrá tiempo para todo, el caso es que Georgia y Armenia me esperan ansiosas a mediados de esta semana y yo, desconsiderada, apenas he dedicado tiempo a mirarlas cara a cara... ¡qué desfachatez!

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